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lunes, 28 de enero de 2008

La búsqueda de la laguna perdida

En un remoto lugar de la sabana cundiboyacense vivía una vez una princesa... No. Error. Así no empieza este cuento, que trata de un grupo familiar que se va de paseo a buscar un paraje muy bonito donde dicen que hay unas piedras muy grandes y una laguna muy bella. Y en parte es cierto. Basados en un pequeño reportaje de un libro sobre los 100 lugares más bellos o destacados de Colombia, nos fuimos a Suesca, un pequeño pueblo a no más de hora y media do Bogotá. Además de los encantos que describía el libro alguien habló de una bella laguna.

Es un sueño de paisaje. Son pocas casas de tradicional estilo sabanero antiguo, esa arquitectura colonial-indigena de clima frio que nos transporta a los Pagos y la Encomienda, tiene un río de caudal medio que pasa bajo un bonito puente de adobe, la atraviesa un línea de tren que asusta (tema de otro post) y hace su parada en una casa-estación minúscula, Al pueblo lo bordean unos muros bajitos, de adobe, construidos con fango, sangre de buey y de esclavos, según dice la leyenda. Lo enmarcan unos eucaliptus gigantes que se mueven al compás de los vientos y aromatizan todos los rincones. Suena bien, ¿no?

Apenas llegar fuimos a buscar las piedras, las famosas piedras de Suesca. Compramos agua para una calurosa caminada que entre risas resultó ser de apenas 10 minutos y nos deleitamos viendo una pared rocosa de más o menos unos cien o ciento veinte metros de altura y que por un kilómetro custodia el tren que llega del norte.
Esta imponente estrucura rocosa es campo de entrenamiento de escaladores que llegan de varias partes de Colombia, según nos contaron varios de ellos.

Después de ahí dimos una vuelta por un par de colinas que acompañamos con un par de frías y luego nos fuimos a buscar la laguna, que era lo que realmente yo quería conocer, pues entre piedra y agua, prefiero el agua como buen cangrejo lunático que soy. Además, paisaje sabanero que le digan que tiene laguna, póngale la firma que debe ser precioso. Pero... Hasta ahí llega lo bonito. Preguntamos por dónde llegar y todo el mundo, durante el trayecto, decía que por la carretera y a quince minutos de camino. Al cabo de hora y media de ir quién sabe hacia dónde, entre bosques y potreros de vacas y llamas (Si, de llamas!!) encontramos un valle verde parecido a lo que debería haber sido una gran laguna, pero que ahora sólo era un pequeño espejo de agua y muchos pastos de ganadería.

"¿Podemos llegar hasta la orilla?" preguntamos a una campesina. "No señor, eso está alambrado porque es pa'l ganado, su mercé. Además ya no hay nada más que ese charquito que ve ahí". Efectivamente, los propietarios de las tierras deben haber desviado los riachuelos que surtían la laguna, para regadío o quién sabe para qué, porque ya estaba seca. La búsqueda se había terminado. Nos sentíamos como si hubieramos encontrado la vasija de oro al final del arcoiris, pero sin oro.

Así, pues, en un remoto lugar de la sabana cundiboyacense había una vez una laguna...



Vista lejana de la laguna perdida. Más fotos en mi álbum de Flickr

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Ya no sé qué hacer conmigo

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